miércoles, 21 de enero de 2009

Hace ya más de un mes desde mis últimas reflexiones. Las fiestas y celebraciones navideñas, la perspectivas de iniciar nuevas actividades han tenido fijada mi atención. Pero no quiero abandonar mi blog y aquí estoy de nuevo. Y ya que he citado lo de mi atención, me viene a la memoria un asunto pendiente sobre el que quiero reflexionar: el de los niños afectos de TADH, trastorno de la atención, depresión e hiperactividad de los niños y adolescentes. Se ha puesto de moda, se habla mucho de él tanto en círculos sociales como en simposiums y reuniones científicas. Se consulta con suma frecuencia al pediatra y a psicólogos; en las escuelas maestros y profesores alertan a los padres y en todos los medios se busca en él la causa del frecuente fracaso escolar. Pero el máximo riesgo lo vemos en la gran cantidad de seres que en plena edad de desarrollo se encuentran sometidos a tratamientos de pastillas, anfetaminas, diazepanes... de drogas. Muchos más de los que a finales del siglo XIX y principios del XX sufrían palmetazos o habían de ponerse de rodillas con los brazos en cruz o de aquellos que ya avanzado el siglo XX eran sometidos a innumerables test psicológicos, a reiteradas e interminables horas de refuerzo escolar, de sesiones de psicoterapia. Yo, como pediatra, pienso que, una vez abandonados y descartados los castigos corporales, todos estos procederes tienen su base científica, su adecuación como tratamiento de trastornos de evidente existencia. Pero me llama poderosamente la atención y me asusta la cantidad de niños y adolescentes a los que se aplica. ¡Algo falla!. En esta punto me aparecen dos grandes dudas a analizar: ¿todas las aparentes desviaciones son achacables al niño? ¿hasta donde llega la normalidad en las variaciones de la atención dentro de la diversidad de los individuos en desarrollo? ¿todos los casos de aparente desviación requieren tratamiento psicológico o farmacológico? En la próxima semana abordaremos la primera duda.

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